Hace unas semanas, Lilia tenía una cita importante y deseaba llegar puntual. Sin embargo, me confesó que, sinceramente, no se había preparado adecuadamente. Aunque llevaba algunos años trabajando de manera más consciente en mejorar su puntualidad, recientemente había vuelto a ser un desafío. Como líder, la impuntualidad no solo le generaba estrés, mal humor e impotencia, sino que también la llevaba a vivir momentos embarazosos con su equipo, sus clientes e incluso con su familia.
La conversación fue clave para abordar el problema de la puntualidad. Reconocimos que la insatisfacción generada por los retrasos debía ser una prioridad y como coach la acompañé para enfocarnos en entender qué sucedía antes de llegar tarde. Esto permitió ir más allá de las justificaciones, pretextos y disculpas, y encontrar la verdadera causa detrás de esos momentos incómodos que afectaban la confianza de los demás en ella.
En nuestras conversaciones surgió el primer descubrimiento: había que aceptar que estaba siendo impuntual: “soy Lilia y soy impuntual”. Me confesó que fue vergonzoso aceptarlo, pero a la vez yo le mencioné que fue un gesto de amor a sí misma el aceptarse de forma integral. Fuimos profundizando en la conversación y los retrasos se generaban a veces por comodidad y otras por desinterés, pero lo más importante, fue enterarse que en su vida diaria Lilia estaba más sintonizada con el tiempo Kairós, un lapso indeterminado, llamado también el tiempo de Dios (no se sabe cuánto tiempo real durará); aunque sabemos que el mundo gira al ritmo del tiempo Kronos, que es el tiempo lineal que corre implacable.
El manejo del tiempo es algo que a muchos líderes nos provoca desorden y falta de congruencia; yo también he vivido la rabia de llegar tarde o la auto desaprobación al fallarle a otro.
Y aquí llegamos al punto clave de hoy, tenemos la opción del amor a uno mismo, ese que genera auto aceptación, no justificación, un amor compasivo que, aun estando incompletos o imperfectos, nos coloca en un lugar que nos alista para crecer, a partir de identificar lo que es posible.
La práctica del amor a uno mismo no es fácil, pero podemos practicarla con el coaching en liderazgo generativo; la vemos más claramente en la compasión por otros, por ejemplo, cuando en un juego una deportista estrella no está dando lo mejor, los fans la animamos y le damos ¡fuerza! “¡Vamos, viene otra oportunidad”! (aunque ella se maldiga…)
Cuando nos referimos a otros solemos ser compasivos y cuando nos hablamos a nosotros, somos rígidos y grandes jueces. Abrazar, acoger, aceptar y cuidarse a uno mismo y a las personas más queridas, nos ayuda también a generar autocompasión. La compasión nos pone en acción para que el otro resuelva; la autocompasión nos pone en acción para que podamos resolver más rápido lo que hoy nos tiene insatisfechos.
Sería bueno ser amigos de nosotros de vez en cuando.*
*Fragmento del libro «El poder de las palabras» de Mariano Sigman